lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuento La confesión que no dije (Fragmento)

Pero luego la voz, a fuerza de insistencia, llegó a instalarse de tal manera en mí que a veces temo estar diciendo en voz alta lo que mi voz interior dicta en silencio. Fue complejo reconocer mi estado y aún hoy sigue siendo difícil. Todavía intento entusiasmarme con ciertos temas para no sentirme mal ni hacer sentir mal a los demás. Casi siempre es en vano. Si hay un nacimiento en la familia —o donde sea—, no puedo interesarme sinceramente por cuánto pesó el bebé y cosas así. A decir verdad, no creo que a nadie le importe. Traté de entender y creo que si igual preguntan es un poco por costumbre. A mí, para ser riguroso, me da lo mismo que el bebé sea nene o nena. Por cortesía pregunto igual. Pero más bien me gustaría poder expresar mi desinterés sin ofender a nadie.
Quisiera, algún día, ser un hombre franco y abierto y decir las cosas como creo que son. Levantar la mano para frenar a alguien que me está hablando y decirle con tranquilidad: «No se moleste en seguir, nada de lo que dice me importa…». Quisiera hacerlo, y que el otro no se ofenda. Sé que si lo dijera, mi verdad no sonaría agresiva, la diría con una sonrisa resignada y una mirada limpia. Pienso que esa transparencia podría ser el comienzo de una amistad buena. Por supuesto, esperaría que mi amigo sea igual de franco. Creo que un hombre así me caería simpático. A diferencia de eso, hoy siento que todos se interesan en mí de manera pobre y que más de uno quisiera expresar esto mismo que digo. Decirme dándome una palmada en el hombro: «Ernesto…» y seguidamente confesarme en forma amigable que lo que digo no le importa.