Escuché
sus palabras, y caí en un estado de revelación donde lo vi todo y todo junto. En
un instante —fugaz fracción de segundo—, vi y leí mentiras en los labios, vi
mujeres hablando mucho de nada y a sus esposos asintiendo sin escuchar, vi
comentarios de ascensor y risas rojas, vi adulaciones no creídas, oficinistas
defendiendo causas de nadie. Vi bailes y fiestas y bocas. Vi a Omar repitiendo
de manera incesante: «Algo hay que decir, ¿no?». Vi el absurdo y unos tacos de
mujer. Vi la intolerancia en mí, y un gusto a desprecio.
Sé
que en ese instante vi mucho más y, sin embargo, no me acuerdo qué fue. Todo lo
vi sin verlo, con una claridad que me cegaba. Y, a pesar de eso, estoy seguro
de algo: lo que vi eran momentos que yo había vivido para un después. Hechos que
esperaban, en la oscuridad. Las palabras de Omar destrabaron mi resistencia, y
yo sentí un temblor; los momentos ya vividos se iluminaron, se soltaron del
inconsciente y cayeron en un orden inmaterial. Todo el caos que como un barro
me bloqueaba el pensamiento se removió, se derrumbó a pedazos hasta dejarme
frente a los ojos solo lo que era necesario ver. Y, de golpe, los hechos del
pasado que hasta entonces había creído azarosos o extraños, se revelaron con un
sentido perfecto. Todo eso sucedió, pero hay algo que no comprendo; es como si
en el instante en que ocurrió, yo no hubiese existido.