lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuento La confesión que no dije (Fragmento)

Pero luego la voz, a fuerza de insistencia, llegó a instalarse de tal manera en mí que a veces temo estar diciendo en voz alta lo que mi voz interior dicta en silencio. Fue complejo reconocer mi estado y aún hoy sigue siendo difícil. Todavía intento entusiasmarme con ciertos temas para no sentirme mal ni hacer sentir mal a los demás. Casi siempre es en vano. Si hay un nacimiento en la familia —o donde sea—, no puedo interesarme sinceramente por cuánto pesó el bebé y cosas así. A decir verdad, no creo que a nadie le importe. Traté de entender y creo que si igual preguntan es un poco por costumbre. A mí, para ser riguroso, me da lo mismo que el bebé sea nene o nena. Por cortesía pregunto igual. Pero más bien me gustaría poder expresar mi desinterés sin ofender a nadie.
Quisiera, algún día, ser un hombre franco y abierto y decir las cosas como creo que son. Levantar la mano para frenar a alguien que me está hablando y decirle con tranquilidad: «No se moleste en seguir, nada de lo que dice me importa…». Quisiera hacerlo, y que el otro no se ofenda. Sé que si lo dijera, mi verdad no sonaría agresiva, la diría con una sonrisa resignada y una mirada limpia. Pienso que esa transparencia podría ser el comienzo de una amistad buena. Por supuesto, esperaría que mi amigo sea igual de franco. Creo que un hombre así me caería simpático. A diferencia de eso, hoy siento que todos se interesan en mí de manera pobre y que más de uno quisiera expresar esto mismo que digo. Decirme dándome una palmada en el hombro: «Ernesto…» y seguidamente confesarme en forma amigable que lo que digo no le importa.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Fragmento. El creador (Cuento)



Seguiré estando de este lado. Cruzaré muchísimas puertas, y seguiré sentado en esta silla. Olvidaré rostros mientras los miro.

Caminamos durante horas. De pronto, Félix puso las manos hacia adelante, y simuló empujar el aire.
—¿Lo ves? —dijo—, de todo me separa un muro invisible, que apenas lo atravieso, se corre más allá, y de todo me separa un muro invisible. Aquel viaje, quise mojar los pies en la orilla del lago, me acerqué, pero entonces el borde del agua se alejó, me acerqué una y otra vez, mientras todo se retiraba en igual medida, seguí avanzando, hasta que finalmente estuve en la orilla opuesta, con el lago a mis espaldas, sin una gota encima cayendo, y con una sed insoportable. Entonces dijiste «estás blanco».
Veo puntitos en el aire, y estoy un poco decepcionado, trago comida que baja y baja, y pareciera salir por mis pies. Aun así, no tengo esa clase de hambre. A veces me despierto recordando un sueño, y me tapo la boca, una mano encima de la otra... creo que pisé una de las piezas que ando buscando…ya sabés, el rompecabezas, la revelación. Tengo el piso de alfombra cubierto con otra alfombra, no apoyo el otro pie por si acaso, y quedo inmóvil y atento. Espío alrededor. Cuando me siento seguro, bajo en un solo movimiento, me siento, y levanto el pie despacio. Confundido, veo que es una pieza repetida, en el mejor de los casos. En el peor, es una pieza que se me pegó demasiado al pie, le paso la uña pero no me la puedo sacar. Y lo peor no es esto…, sino que el lado de la pieza que sí puedo ver, es el blanco. Ya casi no me desilusiono cuando la pieza pertenece a los otros.

viernes, 28 de octubre de 2016

Fragmento. Del cuento El jardín de afuera.



Soy como un perro callejero. A veces, el perro está sentado en una esquina y es de noche. ¿Qué está haciendo? ¿Qué está esperando? Yo también estoy en el cruce y parezco distraído. He visto un perro así. Eran las dos de la mañana y hacía frío, lo llamé y no vino —suelo poner mi soledad en los otros—. Un momento después, allá a una cuadra, otro perro se nos acercaba. Vi que estaba convencido, y sentí envidia. El primer perro lo miró sin moverse. Pero cuando el otro estuvo cerca, se paró y caminaron juntos. Unos pocos metros, y a lo lejos se escuchó algo parecido a una explosión; uno de los perros giró bruscamente y buscó los ojos del otro, pasó apenas un segundo y el otro también giró para mirarlo. En ese instante, entonces, se miraron, y a toda velocidad salieron corriendo. Se habían esperado para decidirse a esa carrera. No los vi más. Habían comprendido algo que me era ajeno. Y me sentí sobrando. Y tuve casi consciencia de una noche más grande que se cerraba sobre esa noche. Si otro me mira y nuestras miradas llegan al mismo tiempo, puedo compartir un poco de mí, y hasta quizás corramos uno al lado del otro. Pero, si fuere como alguna vez, todo una ilusión, un anhelo de comunicación demasiado urgente, entonces volveré, otra vez, al cruce, y ya casi sin que me duela.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Fragmento. Una voz nueva (Cuento)



De la infancia conservo una imagen nítida: el pequeño Ernesto sentado en un rincón del patio del colegio, aferrándose nervioso a la corbatita con su nombre bordado. Y aunque a esa edad yo tan solo podía vivir intuyendo y no elaborando pensamientos firmes, es claro que mis maestras me parecieron siempre unas imbéciles, incapaces de desbordar el alma de un chico. El alma de un chico, el alma de cualquier hombre, necesita estar desbordada y no simplemente entretenida en lo que es posible. Las maestras intentaron solo lo esperable y mantenerme calmo. Así anestesiaron lo auténtico en mí —si tuve un talento, fue amputado, nunca supe cuál fue—; y esa fue mi primera muerte, la más lamentable. Por demasiado tiempo mi infancia estuvo expuesta a actividades que se alternaban entre recortar papelitos y pegarlos en un cuaderno, copiar un dibujo, pintarlo, y durante tres años ese mismo dibujo, unir con líneas del uno al diez y luego del diez al uno, hacer una lista de colores, cantar canciones absurdas y cosas de igual naturaleza. Después uno levanta las cejas y se sorprende de que haya tantos hombres mediocres. 

martes, 25 de octubre de 2016

Del cuento El refugio.



Los adultos me enseñaron y me educaron, y entonces se confundió en mí todo lo que siendo un chico yo ya sabía, intuitivamente.

lunes, 17 de octubre de 2016

Fragmento. Una voz nueva (Cuento)


Desde siempre estuve empujando mi existencia
hacia esto que es el hoy.
En mí existen millones de presentes que ya pasaron
pero no murieron; a través del ahora los sigo viviendo.
Yo soy todos mis presentes anteriores.
Todo lo que hice y dejé de hacer,
muchas veces sabiendo,
otras veces como inconsciente,
en ocasiones también como inconsciente pero intuyendo;
todo eso está ligado por cadenas visibles,
pero más aún está ligado por encrucijadas oscuras que apenas
alcanzo a ver,
y por otras que, de tan claras, me enceguecen.