viernes, 28 de octubre de 2016

Fragmento. Del cuento El jardín de afuera.



Soy como un perro callejero. A veces, el perro está sentado en una esquina y es de noche. ¿Qué está haciendo? ¿Qué está esperando? Yo también estoy en el cruce y parezco distraído. He visto un perro así. Eran las dos de la mañana y hacía frío, lo llamé y no vino —suelo poner mi soledad en los otros—. Un momento después, allá a una cuadra, otro perro se nos acercaba. Vi que estaba convencido, y sentí envidia. El primer perro lo miró sin moverse. Pero cuando el otro estuvo cerca, se paró y caminaron juntos. Unos pocos metros, y a lo lejos se escuchó algo parecido a una explosión; uno de los perros giró bruscamente y buscó los ojos del otro, pasó apenas un segundo y el otro también giró para mirarlo. En ese instante, entonces, se miraron, y a toda velocidad salieron corriendo. Se habían esperado para decidirse a esa carrera. No los vi más. Habían comprendido algo que me era ajeno. Y me sentí sobrando. Y tuve casi consciencia de una noche más grande que se cerraba sobre esa noche. Si otro me mira y nuestras miradas llegan al mismo tiempo, puedo compartir un poco de mí, y hasta quizás corramos uno al lado del otro. Pero, si fuere como alguna vez, todo una ilusión, un anhelo de comunicación demasiado urgente, entonces volveré, otra vez, al cruce, y ya casi sin que me duela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario